Lo que no se ve: impresiones desde el ‘backstage’ de la Madrid Fashion Week

By Javier Sedano
17 de septiembre de 2024

Vivir la Madrid Fashion Week desde el ‘backstage’ es otra historia, digamos que más exclusiva y mucho más emocionante. Te permite ver, escuchar y tocar lo que no se ve, escucha y toca públicamente, circunstancia que te coloca en la primera fila del privilegio y en el último asiento de lo que se puede llegar a entender.

El ‘backstage’ es como la antesala de los sueños, el lugar que se intuye, pero que no se contempla. Se sabe que está ahí, detrás de una pasarela que es un tiovivo. Se adivina y es liberador… esa es su potencia seductora y ese es el motivo por el que ese espacio tiene cada vez más relevancia, por encima, en muchos casos, del propio desfile.

Claro Couture desfilaba a las siete, la tarde del jueves 12 de septiembre, día en el que arrancaba la gran semana de la moda en Madrid, entre las pasarelas de Nueva York y Milán. Nos interesaba especialmente esta casa por su vinculación con el sector nupcial y los vestidos de novia. Hoy en día, son sinónimo de prestigio y exclusividad, tanto que ha pasado a ser una de las firmas favoritas de celebridades e influencers de todo tipo y condición. Claro Couture son Fernando Claro y Beatriz Claro, padre e hija. Creador y sucesora.

Nervios y tranquilidad

Poco antes de esa hora, de las siete, las responsables de la limpieza terminan de pasar la aspiradora por la sala, ahora iluminada con un azul celeste de impacto, y de adecentar las filas de asientos. Los técnicos afinan la imagen y el sonido, tan importante, diría yo, como los propios diseños. Diseños que cobrarán vida cuando, en breve, se apaguen de nuevo las luces y la oscuridad inunde el espacio por el que se desfila. Ese que se ve en la tele. La Madrid Fashion Week es un fundido a negro, con un círculo en blanco.

En ese espacio, que es el ‘backstage’, Beatriz corre, anda, persigue, retoca… Minutos antes del comienzo del desfile, la diseñadora, a la que hemos entrevistado hace un par de horas, es un mar de nervios y un ejemplo de firmeza. Minutos antes, los nervios y la tranquilidad pululan a partes iguales. Difícil de explicar y más difícil de entender.

Gente que aparece y desaparece. Algunos gritos -muy pocos-, algunas carreras -no tantas- y unos cuantos fotógrafos frente a las modelos, que, con la naturalidad de la juventud y ya con unos cuantos kilómetros de pasarela, posan, hablan y hasta cantan, bajito. Escuchan música, ríen y comparten confidencias. Reencuentros.

Otras prefieren estar solas. Con la vista al suelo o mirando a la nada, que, en este caso, es la pared de enfrente. Melancólicas. Serias, muy serias. No creo que sea pánico a la escena, yo creo que son como desfilan. En este ambiente, una cara seria, enigmática, es sinónimo de personalidad y glamour. La risa absurda vulgariza el vestido.

Otras, simplemente, se evaden.

“De momento, vamos bien”, se escucha decir.

Alguien de la organización no para de organizar y se afana en colocar a las modelos en el orden que corresponde. “María, aquí”, “Nora, detrás de…”, “Neus, delante de Nathalia”, “Tú, detrás de Carmen”. Todo perfecto, armónico. De pasarela. Muchos de los que empiezan a ocupar su asiento no se imaginan lo que hay detrás de un simple decorado.

“Los míos me quedan chicos”, confiesa una de las modelos a su compañera de fila. Se refiere a los zapatos. Y es que engarzar perfectamente todo este torrente de vestidos, bolsos, zapatos y complementos no debe ser tarea fácil y alguna pieza siempre queda suelta.

“¡Que empieza el desfile!”

Pasa el tiempo. Maquilladoras y peluqueras, subidas a una silla por la imposición del 1,80, dan los últimos retoques, colocan los cabellos anárquicos y extienden el maquillaje definitivo. Y todo, a toda velocidad. Sin tiempos muertos. Unas y otras. Y son más de 30 modelos. Hay que salir bien y en orden.

“¡Preparados, que empieza el desfile!”.

El de la organización hace un último repaso y Beatriz sigue controlando y decidiendo.

Las primeras modelos se acercan a la puerta de entrada. Al fondo se adivina parte del público, fotógrafos y algunas cámaras de televisión. Suena la música y una gigantesca pantalla ilumina, en parte, el escenario, que sigue en penumbra. Desaparecen.

Una, luego otra, luego otra… van entrando en ese camino oscuro, que es como mejor se enseña la moda. Y, al instante, vuelven a aparecer por la puerta contraria, la de salida. En un carrusel infinito. Unas han terminado y otras corren al camerino de la firma, que está enfrente, para cambiarse de vestido y volver a la fila, al punto de entrada. No hay tregua. No es tiempo para bromas.

Y así, hasta el último diseño. Termina. Aplausos del público y de las protagonistas. Risas finales y felicitaciones. Escucho decir a alguien que aparece por allí: “Creo que, de los desfiles del día de hoy, es el mejor”.

Las modelos se descalzan y descansan. Por hoy, se acabó. Beatriz se abraza a su padre.

Lo normal

Mientras todo esto ocurre, los asistentes que no han presenciado el desfile recorren el pabellón de IFEMA. Enorme, aunque sin demasiado ajetreo. La Madrid Fashion Week no solo son desfiles, también es marketing, marca, promoción, ventas… como cualquier otra feria. Lo normal.

Sorprendidos, novatos, habituales… Gente de lo más variada, dentro de la variedad que supone una semana dedicada a la alta costura, recorre alguno de los stands o, simplemente, se sienta a contemplar y a ser vista. Mucha foto y mucha pose.

Modernas, clásicas, bohemias, minimalistas… se mueven por un espacio en el que también sobrevive la promoción y la oportunidad de llevártelo por la cara

Y en esto, ya os podéis imaginar cuál era el espacio con mayor afluencia. ¿Verdad? Los vinos de Mar de Frades, los refrescos de Schweppes y los gin-tonic de Martin Millers eran una oda a la fila y al gentío. Es lo que llaman el kissing room, en el que el diseñador se reúne con ciertos invitados tras el desfile. Selecto, con pase exclusivo, pero todo gratis. Lo de todas las ferias. Lo normal.

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