La minifalda, a sus 60, tan joven y rebelde… hasta en las bodas

By Javier Sedano
10 de julio de 2024
La minifalda se convirtió en todo un símbolo de libertad en la década de los sesenta.
La supermodelo Twiggy posa con uno de los diseños de Quant en 1966.

Cocteau proclamaba que “la moda es lo que pasa de moda”, para luego reafirmar que “la moda muere joven”, en un alarde por demostrar la conducta gregaria de las personas inmaduras, la falta de personalidad y de autodeterminación. Un ejercicio de comportamiento degradante, muy en la línea del francés.

Poeta, dramaturgo, novelista, ensayista, pintor… Jean Cocteau lo era todo y hacía a todo, pero en esto se equivocó: ni la moda pasa siempre de moda, ni la moda muere joven, al menos en su parte de diseño. No supo ver el carácter cíclico de cierta moda, como tampoco pudo adivinar la naturaleza transgresora y revolucionaria de una prenda que echaba por tierra su teoría, aunque solo fuera porque falleció cuando precisamente nacía: la minifalda.

La cultura mod

Arrancaba la década de los sesenta cuando el movimiento mod empieza a invadir la escena cultural, social y proletaria de Londres. Llega la modernidad. La ropa, los cafés, las motos muy decoradas, el estilismo y una simbología aparente de renovación se abren hueco en el mundo adolescente y juvenil del sur y el oeste de la capital británica. The Who inmortalizaría años más tarde ese periodo con su disco ‘Quadrophenia’, uno de los mayores tributos al rock de la historia, que en 1979 se convertiría en el motivo principal de una película de culto.

Corre el tiempo y a mediados de esa década, la cultura mod/pop -con permiso de los rockers- alcanza todos los confines de la ciudad y del país. Era el Londres del arte pop, de las tiendas y boutiques, de los patrones geométricos y de colores llamativos, de la música en vivo, de las discotecas y de la sofisticación. De la efervescencia creativa, de la música de los Beatles, de los Rolling Stones, los Kinks y los Who, que darían paso con el tiempo al nacimiento del rock psicodélico de bandas como Pink Floyd.

Y de Twiggy, la modelo y actriz inglesa, delgaducha y aniñada, que fue todo un icono cultural británico y que simbolizó una nueva manera de entender la belleza, la sensualidad y la sexualidad.

Esos años -que muy bien contó Antonioni en la película Blowup, de 1966- también eran el Londres del swing, de Carnaby Street, de Oxford Street, de Regent Street y de King’s Road, la calle en la que abre Bazaar, la tienda en la que en 1964 Mary Quant acorta la falda 15 centímetros y nace para la historia la minifalda. Todo un símbolo de libertad, autonomía y personalidad. Aquello que Cocteau echaba de menos.

“¿Qué por qué lo hice?”

El 10 de julio de ese año se mostraba la minifalda por primera vez en una pasarela. Quant siempre decía que eran las chicas que se movían por esa calle del oeste de la ciudad las que realmente inventaron la mini, pero, en realidad, lo que Mary Quant inventó -como también, en parte, el diseñador Courrèges, su gran rival- fue la liberación, una cierta emancipación de la mujer, la libertad total en el vestir y, precisamente, un grito frente a la dictadura de ‘la moda’. “Creo que este ha sido mi triunfo”, reconocía la mujer que hace ahora 60 años revolucionaba al mundo entero con unas tijeras en la mano.

“¿Qué por qué lo hice? Porque un día me levanté diciéndome que ya era una persona mayor y me daba una pena horrible pensar que ya no podría volver a ponerme esos trajes cortos de niña -Quant tenía 34 años en 1964-. Me rebelé contra eso, no quería seguir creciendo y decidí hacer la revolución por mi cuenta. Era tan fácil… con unas tijeras solucioné mi problema y me sentí liberada, contenta de mí misma, feliz”. La diseñadora británica se expresaba así en una entrevista que concedió a La Voz de Galicia en 1971. Toda una declaración de intenciones.  

“La minifalda no nació de una manera concienzuda: fue una explosión, una necesidad, la juventud lo pedía a gritos” llegó a declarar públicamente. Pocas veces en la historia, las circunstancias culturales, sociales y políticas han tenido un reflejo fiel en el modo de vestir y en la manera de andar por la vida como durante aquella década.

De Welch a Massiel

La minifalda, esa prenda sutil y breve, se popularizó a toda velocidad al tiempo que escandalizaba a una parte del mundo de la moda -Coco Chanel llegó a decir de ella que era “simplemente horrible”- y a los sectores más conservadores de la ya de por sí conservadora sociedad británica, lo que no evitó que las creaciones de Quant siguieran invadiendo escaparates, desfiles y titulares por todo el mundo.

Además de Twiggy, supermodelos como Pattie Boyd o Jean Shrimpton las lucían sin rubor. Y en el mundo del cine y el espectáculo iconos como Raquel Welch, Brigitte Bardot o Jane Fonda se convirtieron en acérrimas defensoras de la propuesta. Como Tina Turner, Madonna, las Spice Girls o, más recientemente, Taylor Swift en la música.

Incluso ha penetrado en los férreos muros de la política y la realeza con las propuestas icónicas y revolucionarias de Jackie Kennedy y Lady Di o las más clásicas de Kate Middleton y la reina Letizia. Mires donde mires, allí está. Sofisticada y ajena al paso del tiempo.

A España llegaría algo más tarde y de forma gradual. La cantante Massiel fue la primera que en nuestro país se atrevió a lucir muslo durante su actuación en Eurovisión en 1968. Como ganadora del Festival posó para la prensa, convirtiéndose en la primera fotografía de esta prenda que salía publicada en los medios nacionales. A partir de ese momento se popularizó rápidamente, incluso entre la burguesía más acomodada, para, a semejanza de lo que estaba ocurriendo en Europa y Estados Unidos, pasar a ser también un símbolo estético al final de los años sesenta y durante la década de los setenta, coincidiendo con el tardofranquismo y el declive de la dictadura.

Hasta en las bodas

Pero la minifalda no solo tuvo protagonismo en las calles, los desfiles, las manifestaciones juveniles y en ciertos salones privados. Era inevitable que llegara a las bodas y asaltara las ceremonias nupciales.

Las novias más rebeldes y modernas de esos años la lucen sin ningún tipo de sonrojo el día de su boda. En 1966, Mia Farrow contrae matrimonio en Las Vegas con Frank Sinatra con un traje chaqueta de minifalda; La actriz Sharon Tate, en 1967, no dudó en elegir un cortísimo vestido con mangas de farol en su boda con el director Roman Polanski. En 1969, Yoko Ono eligió para su boda con John Lennon un vestido mini, muy propio del momento. Ese mismo año, Audrey Hepburn contrajo matrimonio con el psiquiatra italiano Andrea Dotti con un vestido rosa con falda mini, elaborado por Givenchy. Y así hasta encontrarla en muchos otros enlaces y celebraciones.

Por ejemplo, en 2019, Carlota Casiraghi, hija de la princesa Carolina de Mónaco y Stéfano Casiraghi, lució una creación minifaldera de Yves Saint Laurent durante su enlace civil con el productor de cine Dimitri Rassam.

Y en estos últimos años, las influencers se han sumado a esa tendencia libertaria de sugerir. La minifalda, los minivestidos y un cierto estilo sesentero han protagonizado las bodas de Sofía Paramio, Teresa Andrés Gonzalvo o Blanca Miró.

En cuanto a los diseñadores, son muchos -pequeños y grandes firmas- los que siguen apostando por este tipo de prenda o el vestido de novia corto. Desde Pronovias y Navascués, a grandes diseñadores de alta costura como Oscar de la Renta, Marchesa, Atelier, Jorge Redondo, Carmen March o la nueva colección de Mihano Momosa.

Sesenta años después, aquí sigue, tan viva como antes. La minifalda.

Mary Quant y modelos con minifalda en 1967 / Foto: Pa Prints 2008. Museo Victoria and Albert.
Massiel en el Festival de Eurovisión en 1968 / RTVE
La minifalda y los minivestidos siguen siendo una apuesta para ciertas novias y en ciertas bodas.
Boda de Sofía Paramio, vestida de corto / Foto: Bibiana Fierro

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