¿Qué vino elijo para mi boda? ¿Un blanco, un tinto, un espumoso? ¿Los tres o me decanto por alguno de ellos? ¿Cómo puedo asesorarme? ¿Es mejor no arriesgar o es preferible sorprender? ¿Qué precio es el adecuado? ¿Es atractivo como regalo?
Seguro que todas ellas son preguntas que os asaltarán cuando estéis preparando vuestra boda y toque abordar el capítulo del vino. Preguntas muy lógicas y que muestran la dificultad y la importancia de seleccionar de manera adecuada un elemento imprescindible en cualquier celebración. Mucho más en una boda. Porque el vino en las bodas nos es un simple formalismo gastronómico o un mero complemento, sino que el vino en la celebración nupcial es un símbolo y un ingrediente imprescindible del ritual que se desarrolla. A todos nos suena el pasaje de las bodas de Caná, ¿verdad?
Alimento del espíritu
Pues bien, sobre esa premisa, demos al vino -y a todo lo que le rodea- la debida importancia y el trato que merece.
Las parejas ponen mucho esfuerzo, tiempo y dinero en organizar la que creen que será la boda de sus sueños. Todo es importante. La iglesia, el lugar de la celebración, el vestido, los invitados, la comida, las fotografías, el vídeo, la decoración… Pero ¿y el vino? ¿qué pasa con el vino? Lo habitual es que sea el ‘hermano pobre’ de la celebración o así ha sido, al menos, hasta la fecha. El capítulo del vino queda para el último momento y suele abordarse con la elección del banquete, pero, más bien, como un elemento al que hay que dar pasaporte de manera rápida.
No atendemos a su rol ni somos conscientes de su importancia y del valor que puede proporcionar a la celebración. Sabiendo esto, no dejemos a la improvisación ni al azar un motivo que puede hacer que la boda se convierta en algo inolvidable, incluso para los consumidores esporádicos. Por cierto, si no tenemos los conocimientos necesarios o el tiempo imprescindible seguro que podremos beneficiarnos de la asesoría del personal del banquete o, si no somos nosotros, acudir a quién esté organizando la celebración. Y si queremos dar un paso más allá pues acudamos a un experto, a un sumiller, que, con toda seguridad, nos conducirá por el camino adecuado.
Y sobre este aspecto, un dato más. Para tener en cuenta. Algunos expertos aseguran que alrededor del 25% de los comensales, uno de cada cuatro, se fijará especialmente en el vino que se sirve y lo mirará con lupa. Pues, entonces, contentemos como se merece a ese cuarto de la población que valora lo que bebe y hace brillar el liquido sagrado, alimento del espíritu.
El espumoso, imprescindible
Vayamos al principio, ¿qué vino es el más adecuado para una boda? En realidad, para una celebración como esa no hay un vino más óptimo que otro, todo dependerá de los platos elegidos, del orden establecido, de las cantidades, del número y tipo de comensales, etc. pero sí que hay uno que podría destacarse sobre el resto, como subraya Manuel Moraga, periodista y uno de los mayores divulgadores de la cultura del vino en nuestro país, director del programa ‘Un país de vino’ en RNE y del nuevo espacio ‘La cultura del vino’, en Radio 5.
“Creo que hay un vino que invita a la celebración y ese es el espumoso. Las burbujas, el tapón cuando se descorcha, la alegría del sonido… todo te invita a celebrar. Un espumoso siempre debería estar representado en una celebración y una boda lo es”. Desde luego, existen muchas variedades de espumosos -con más o menos crianza, más afrutados, más secos…-, pero, unas y otras, son capaces de acompañar a la comida desde el principio hasta el final. “Es una solución perfecta porque va bien con todo. Por ejemplo, un aperitivo o un marisco puede ir con un espumoso que no tenga demasiada crianza o una carne, acompañada con uno ya de crianza larga”.
Cambio y originalidad
En realidad, la elección del espumoso, incluso como vino único, supone romper con la tradición consolidada de un orden establecido, que parece inmutable a lo largo del tiempo. Un orden que pasaría por recibir a los invitados con un espumoso; seleccionar después un blanco para acompañar a los aperitivos y a los primeros, las comidas más ligeras; ir cerrando con el tinto, para carnes y determinados pescados; y finalizar con los vinos dulces o, de nuevo, con los espumosos. Un listado que todos nos sabemos de memoria.
Pero, pese a la que la celebración nupcial esta muy sujeta a las modas y a un cierto clasicismo que cuesta alterar, Moraga es partidario de romper con esa conducta: “Me gustaría que la gente se atreviera a cambiar”. Es cuestión de ser original y buscar más allá de lo establecido. Se trata de salir del espacio común. Si se trata de un día especial pues convirtámoslo en eso y no escatimemos en el capítulo del vino, ni desde su protagonismo ni desde su originalidad.
“Más allá de las cuatro o cinco denominaciones que todos conocemos, en España existen 70 denominaciones de origen, si contar los vinos de pago y las indicaciones geográficas protegidas. Fíjate si tenemos capacidad de sorprender más allá de lo convencional, de aquello que todos tenemos en mente y que podemos encontrar en el bar de la esquina o en el lineal del supermercado que, por cierto, son todos los mismos”. Vinos de Madrid, vinos generosos andaluces, tintos y blancos gallegos, chacolís vascos, blancos asturianos, las interesantes propuestas aragonesas de Campo de Borja… España es un muestrario casi infinito de caldos que debemos exprimir y saber aprovechar.
Entre 10 y 15 euros
“Y no se trata de dinero, de gastarte grandes cantidades en los vinos, se trata de buscar la originalidad -asegura Manuel Moraga-. El precio no está unido necesariamente a la calidad. En España, entre los 10 y los 15 euros -venta al público- se pueden encontrar vinos distintos y muy ricos, incluso entre los espumosos, que pueden satisfacer a la mayoría de comensales. En ese rango de precio hay vinos formidables que se pueden encontrar, más de lo que puede parecer”. Ese precio, lógicamente, podría ser menor si se negocia directamente con el establecimiento o si se adquiere en la bodega.
Por otro lado, el experto en vinos, subraya que si se ha hecho un esfuerzo para seleccionar y adquirir los mejores caldos para la boda, hay que demostrarlo con posterioridad, es decir, ponerlos en valor. ¿Cómo? pues, por ejemplo, incluyéndolos en la carta de la boda. «No cuesta nada y se da a entender que se ha puesto especial interés en buscarlos y elegirlos, que ha existido una voluntad en todo ese proceso».