Los poemas están destinados a la lectura solitaria y silenciosa. Como el amor y el odio, a los que hay que abandonarse para gozarlos. Como el otoño, de hojas caídas, de recuerdos y de nostalgias. Amor correspondido y silencio.
La poesía está llena de maravillosos poemas sobre el amor en otoño y sobre el otoño del amor. Solo hay que encontrarlos entre la vorágine de odas a la primavera. Porque el otoño, esa puerta ocre al invierno, es también un momento para el amor, para ese amor dulce y sosegado. Tranquilo.
Hemos elegido diez de esos poemas inolvidables, algunos de nuestros preferidos. Emocionantes. Bellos. Hay muchos otros, pero estos diez son un ejemplo perfecto de qué es cantar al amor y al otoño. Al amor romántico y pasional, al amor leal y comprometido, al amor obsesivo, al incondicional y al desinteresado. También a la ausencia de amor.
Leedlos con pasión porque el poema, como dice el maestro Francisco Rico, tiende a perdurar en la memoria. Y estamos convencidos de que más allá de un inevitable escalofrío os resultarán de gran utilidad -toda la utilidad que pueda tener un poema-.
No van del mejor al peor ni del peor al mejor, cuestión muy personal; sino que la clasificación responde a los autores -españoles y latinoamericanos-, del más antiguo al más reciente. Disfrutadlos.
Canción de otoño en primavera, de Rubén Darío
Es, sin duda, uno de los poemas más famosos del poeta nicaragüense. Envuelto en un tono de añoranza y melancolía, se trata de un canto al amor y al paso del tiempo. Publicado en el poemario Cantos de vida y esperanza, considerado uno de los mejores libros de poesía en lengua castellana.
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer…
Plural ha sido la celeste
historia de mi corazón.
Era una dulce niña, en este
mundo de duelo y de aflicción.
Miraba como el alba pura;
sonreía como una flor.
Era su cabellera obscura
hecha de noche y de dolor.
Yo era tímido como un niño.
Ella, naturalmente, fue,
para mi amor hecho de armiño,
Herodías y Salomé…
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer…
Y más consoladora y más
halagadora y expresiva,
la otra fue más sensitiva
cual no pensé encontrar jamás.
Pues a su continua ternura
una pasión violenta unía.
En un peplo de gasa pura
una bacante se envolvía…
En sus brazos tomó mi ensueño
y lo arrulló como a un bebé…
Y te mató, triste y pequeño,
falto de luz, falto de fe…
Juventud, divino tesoro,
¡te fuiste para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer…
Otra juzgó que era mi boca
el estuche de su pasión;
y que me roería, loca,
con sus dientes el corazón.
Poniendo en un amor de exceso
la mira de su voluntad,
mientras eran abrazo y beso
síntesis de la eternidad;
y de nuestra carne ligera
imaginar siempre un Edén,
sin pensar que la Primavera
y la carne acaban también…
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer.
¡Y las demás! En tantos climas,
en tantas tierras siempre son,
si no pretextos de mis rimas
fantasmas de mi corazón.
En vano busqué a la princesa
que estaba triste de esperar.
La vida es dura. Amarga y pesa.
¡Ya no hay princesa que cantar!
Mas a pesar del tiempo terco,
mi sed de amor no tiene fin;
con el cabello gris, me acerco
a los rosales del jardín…
Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro…
y a veces lloro sin querer…
¡Mas es mía el Alba de oro!
Amor eterno, de Leopoldo Lugones
Bellísimo poema del autor argentino, ejemplo de su poesía y del amor hacia su mujer. El otoño como un tiempo para rebrotar y revivir. Nada desaparece y todo vuelve a empezar por y para la amada.
Deja caer las rosas y los días
una vez más, segura de mi huerto.
Aún hay rosas en él, y ellas, por cierto,
mejor perfuman cuando son tardías.
Al deshojarse en tus melancolías,
cuando parezca más desnudo y yerto,
ha de guardarte bajo su oro muerto
violetas más nobles y sombrías.
No temas al otoño, si ha venido.
Aunque caiga la flor, queda la rama.
La rama queda para hacer el nido.
Y como ahora al florecer se inflama,
leño seco, a tus plantas encendido,
ardientes rosas te echará en la llama.
Octubre, de Juan Ramón Jiménez
Uno de los poemas más conocidos y representativos del autor de Moguer, poeta de la belleza y Premio Nobel en 1956. Amor pasional y el paisaje castellano como metáfora de un país que se resquebraja.
Estaba echado yo en la tierra, enfrente
del infinito campo de Castilla,
que el otoño envolvía en la amarilla
dulzura de su claro sol poniente.
Lento, el arado, paralelamente
abría el haza oscura, y la sencilla
mano abierta dejaba la semilla
en su entraña partida honradamente.
Pensé arrancarme el corazón, y echarlo,
pleno de su sentir alto y profundo,
al ancho surco del terruño tierno,
a ver si con romperlo y con sembrarlo,
la primavera le mostraba al mundo
el árbol puro del amor eterno.
Triunfo del amor, de Vicente Aleixandre
El Premio Nobel de Literatura en 1977 da rienda suelta aquí a uno de sus temas más sugerentes: el amor como refugio y el amor ante la destrucción. Lo único que merece la pena bajo el cielo otoñal.
Brilla la luna entre el viento de otoño,
en el cielo luciendo como un dolor largamente sufrido.
Pero no será, no, el poeta quien diga
los móviles ocultos, indescifrable signo
de un cielo líquido de ardiente fuego que anegara las almas,
si las almas supieran su destino en la tierra.
La luna como una mano,
reparte con la injusticia que la belleza usa,
sus dones sobre el mundo.
Miro unos rostros pálidos.
Miro rostros amados.
No seré yo quien bese ese dolor que en cada rostro asoma.
Sólo la luna puede cerrar, besando,
unos párpados dulces fatigados de vida.
Unos labios lucientes, labios de luna pálida,
labios hermanos para los tristes hombres,
son un signo de amor en la vida vacía,
son el cóncavo espacio donde el hombre respira
mientras vuela en la tierra ciegamente girando.
El signo del amor, a veces en los rostros queridos
es sólo la blancura brillante,
la rasgada blancura de unos dientes riendo.
Entonces sí que arriba palidece la luna,
los luceros se extinguen
y hay un eco lejano, resplandor en oriente,
vago clamor de soles por irrumpir pugnando.
¡Qué dicha alegre entonces cuando la risa fulge!
Cuando un cuerpo adorado;
erguido en su desnudo, brilla como la piedra,
como la dura piedra que los besos encienden.
Mirad la boca. Arriba relámpagos diurnos
cruzan un rostro bello, un cielo en que los ojos
no son sombra, pestañas, rumorosos engaños,
sino brisa de un aire que recorre mi cuerpo
como un eco de juncos espigados cantando
contra las aguas vivas, azuladas de besos.
El puro corazón adorado, la verdad de la vida,
la certeza presente de un amor irradiante,
su luz sobre los ríos, su desnudo mojado,
todo vive, pervive, sobrevive y asciende
como un ascua luciente de deseo en los cielos.
Es sólo ya el desnudo. Es la risa en los dientes.
Es la luz o su gema fulgurante: los labios.
Es el agua que besa unos pies adorados,
como un misterio oculto a la noche vencida.
¡Ah maravilla lúcida de estrechar en los brazos
un desnudo fragante, ceñido de los bosques!
¡Ah soledad del mundo bajo los pies girando,
ciegamente buscando su destino de besos!
Yo sé quien ama y vive, quien muere y gira y vuela.
Sé que lunas se extinguen, renacen, viven, lloran.
Sé que dos cuerpos aman, dos almas se confunden.
Soneto de la dulce queja, de Federico García Lorca
No podía faltar el enorme poeta granadino, desgarradora voz de un tiempo pasado. Lorca explora en este emotivo soneto la turbulenta frontera entre el amor y su pérdida. Los sentimientos y las relaciones amorosas. Y una leve alusión al río y al otoño como imagen del paso del tiempo y la inevitable muerte.
Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua y el acento
que de noche me pone en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento.
Tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas; y lo que más siento
es no tener la flor, pulpa o arcilla,
para el gusano de mi sufrimiento.
Si tú eres el tesoro oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío,
no me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi otoño enajenado.
Dos canciones de amor para el otoño, de José Coronel Urtecho
El autor nicaragüense habla aquí sobre eso que hemos llamado “el amor en el otoño”. Un poema tan simple como directo, sin dobles costuras. Y una maravillosa muestra de cariño a su mujer: “Basta que estés, que seas…”
I
Cuando ya nada pido
y casi nada espero
y apenas puedo nada
es cuando más te quiero.
II
Basta que estés, que seas
que te pueda llamar, que te llame María
para saber quién soy y conocer quién eres
para saberme tuyo y conocerte mía
mi mujer entre todas las mujeres.
Amor tardío, de José Ángel Buesa
La lucha entre el amor y el tiempo. El amor verdadero que se presenta al final del camino del autor, en el otoño de su vida. No hay melancolía, solo la frustración de no vivirlo el tiempo suficiente. Emotivo poema del autor cubano.
Tardíamente, en el jardín sombrío,
tardíamente entró una mariposa,
transfigurando en alba milagrosa
el deprimente anochecer de estío.
Y, sedienta de miel y de rocío,
tardíamente en el rosal se posa,
pues ya se deshojó la última rosa
con la primera ráfaga de frío.
Y yo, que voy andando hacia el poniente,
siento llegar maravillosamente,
como esa mariposa, una ilusión;
pero en mi otoño de melancolía,
mariposa de amor, al fin del día,
qué tarde llegas a mi corazón…
Otro otoño triste, de Miguel Hernández
‘Otro otoño triste’ es la mirada melancólica del recordado poeta de Orihuela ante la estación que se acaba y la luz y el calor que se difuminan. En realidad, es la mirada melancólica ante la ausencia de la amada.
Ya el otoño frunce su tul
de hojarasca sobre el suelo,
Y en vuelo repentino
la noche atropella la luz.
Todo es crepúsculo
señoreando en mi corazón.
Hoy no queda en el cielo
ni un remanso de azul.
Que pena de día sin sol.
Que melancolía de luna
tan pálida y sola,
ay que frio y ay que dolor.
¿Dónde quedó el calor
del tiempo pasado,
la fuerza y la juventud
que aun siento latir?
Se fue quizás con los días cálidos
de los momentos que a tu lado viví.
Y así esperando tu regreso,
otro otoño triste ha llegado sin ti.